domingo, 4 de octubre de 2009

Magistrados de la Suprema Corta y del TRIFE, por ahí les hablan

Carlos Monsiváis
Autobiografía del honor sacrificado


Si accedí a darle la entrevista —¿me permite que le hable de usted?— es porque los de mi gremio de las magistraturas estamos padeciendo una de las campañas más viciosas que recuerdo, el ataque de la canalla. Y no quieren entender lo obvio: nosotros, los magistrados del Tribunal Electoral sólo escuchamos las consignas del pueblo, que como no sabe hablar nada nos dice. De que nuestras decisiones son justas lo prueba el hecho de que a nadie satisfacen, la incomprensión es nuestro testigo de descargo. Y que no obedecemos consignas es un hecho; atendemos recomendaciones en voz baja, algo muy distinto.

¿Que cómo veo esta andanada de infamias? ¿Qué quiere que le diga? Siempre me cuesta definir la ingratitud; puede ser el olvido de lo secundario para que nadie se acuerde de lo fundamental, o la puñalada por la espalda que se clava en el torso. Pero eso es lo de menos. Lo demás es la aparente inutilidad de tanto sacrificio y entrega de nuestra parte…

Sé que no lo incomodo al referirle mi vida, porque la verdad sí es apasionante y le servirá en su periódico ese libro de título tan excelso, Los fallos del tribunal sólo al mal le caen mal. Dicho sea de paso, qué bueno que usted aceptó nuestro encargo para hacer un libro independiente y crítico, como viudo intelectual del estado de derecho, que lo que sea de cada quien todos son independientes y críticos… Prosigo. Le refería mi historia. No es porque yo lo diga, pero he sido de lo más precoz. A los 12 años ya tenía clara mi meta: dirigir la Suprema Corte, pero sólo con fallos que irritaran a todos. Al respecto, juro que no contribuyó en nada el que mi padre fuese magistrado. Yo siempre he sabido valerme de mí mismo, y lo he ganado todo con el sudor de mis ponencias. No en balde el propio licenciado Colosio (q.e.p.d.) me ponía como ejemplo de la cultura del esfuerzo.

Cuando cumplí 18 se me incorporó a un tribunal colegiado junior. Me sentí feliz; sabía que no designaban a un recomendadazo sino a un joven entregado a su vocación jurídica. Mi padre, que dio una comida de lujo a los que iban a votar ese día, sin ganas de influirlos, me comunicó la noticia y me abrazó: “¡Felicidades, güerco! Ganaste por unanimidad”. Me dio un gustazo. Ganaba nada más sobre la base de mis méritos. En la noche pensé en mi proyecto para el tribunal. ¿Qué podría hacer por México, por el sistema judicial, para las víctimas de la injusticia? Revisé las opciones: ponerme de justiciero, no, porque se acabarían las injusticias, y se le quitaría un rasgo esencial al país. ¿Qué otra ruta? Apoyar una injusticia sí y otra no, tampoco, porque lo salteado se presta a la confusión y en nuestro país sólo es víctima de la injusticia el que ya lo fue monetaria o políticamente. Dos opciones rechazadas. Arrepentirme públicamente de mis votos más escandalosos, ni de broma, porque siempre he sido responsable y una astróloga me dijo que nunca me echara para atrás en mis compromisos secretos porque me daría cáncer.

¿Qué hacer? No pude dormir. Mi destino era inmenso y a los 18 años ya era presidente de un tribunal importantísimo. Y como a las cinco de la mañana hallé la solución. ¡Órale!, grité como el sabio griego. ¡Desde luego! Crearía una nueva meta para los procesos, el molde de sentencias irreprochables que serían el modelo. ¿Y quién debería ser el magistrado que registrara esa fórmula jurídica a su nombre? Aquí nomás Juan Camaney. Si recién llegadito a la mayoría de edad mis merecimientos me habían llevado a ese puestazo, ¿qué éxito me sería ajeno?

La creación del gran ejemplo

Le sigo contando porque lo veo fascinado. También yo lo estoy, y eso que me sé mi historia al dedillo, como que es mía… Esa noche diseñé la estrategia, de manera un tanto rústica, debo reconocerlo, porque entonces no tenía a mi lado expertos en fórmulas jurídicas irreprochables por absolutamente ilegibles. Me dije: “Oye, Junior, ¿cómo vas a construir tu imagen de jurista probo?”. Y hallé una buena respuesta: estudiando donde estudian los Top of the pops, forjando desde la juventud lazos indestructibles. Esa fue y sigue siendo parte de mi filosofía de la vida: “Trata a todos como si fueran tus iguales, una vez que te cerciores de que son tus iguales”.

A la Universidad de la Transparencia la recuerdo como un gran momento de mi vida, y eso que mi vida está hecha de grandes momentos. Allí traté a todos los que ya trataba desde niño (eso es lo bonito de la élite: a todos los que vas conociendo ya los conocías, porque son parientes o hijos de los amigos y socios de los padres, o vecinos, o ya los conocías, y punto). Y afiné mi estilo hasta sentar jurisprudencia. A los que damos rostro y destino a un país ilegal nos queda el aire alivianado del que regala la propina de su trato. Pues le digo, en la Universidad Ixtláhuac frecuenté al hombre que más influyó en mi pensamiento, el entrenador de basket que nos lanzó una frase que cómo me ha servido: “Cuando sientan que no la van a hacer, miéntenle la madre a las circunstancias, y verán”.

También la suerte me contactó con el padre Feliciano Millán Astray, que nos enseñó el desprendimiento cristiano. “Cuando quieras hacer el bien, fírmame un cheque”. Y me hice amigo íntimo del grupo que hoy tiene la ley en sus manos, y es víctima de la incomprensión de la envidia y el rencor. Todo lo hicimos juntos, entramos a los mismos clubes, fuimos a las mismas fiestas, ligamos con las mismas chavas, viajamos a los mismos resorts de verano, nos fuimos de reventón a las mismas discotecas. Nos hubieran tomado por hermanos salvo que nos llevábamos muy bien. En unas vacaciones en Vail, estábamos cenando muy tranquilos, cuando el Bolo Cursilera, El Rey de los Apagones Mentales, como le decían sus novias, nos espetó su proyecto: “¿Por qué no le damos un ejemplo inolvidable a este pueblo de nacos? ¿Por qué no les enseñamos a que se avergüencen de su pinche creencia en la ley?”. La idea me pareció formidable porque ya la tenía desde hace rato. ¡Carajo! Y además, si tomas una decisión nunca la expliques porque se van a creer importantes. Si esperan de ti sólo canalladas, comételas para no defraudarlos; si creen que vas a atenerte a la verdad jurídica, no te conocen y se merecen su frustración.

Hay gente que piensa que no le hemos enseñado debidamente a los nacos. ¡Claro que sí! Estamos convencidos de que hicimos y hacemos bien, y de que el país necesita paradigmas, como dice el padre Estrella, que nos daba clases de Religión Aplicada al Gasto Suntuario. Si todavía hay quienes desconfían de nuestro recto proceder, podemos enjuiciarlos por haber lanzado la bomba atómica en la ciudad de Mitsubischi, y se los probamos.

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