lunes, 24 de octubre de 2011

Prueba. Regresando a postear

Un hombre de temple
Era un político agudo, sin éxito en la práctica de la política, una gran vocación no frustrada sino reconvertida en el análisis crítico
José Agustín Ortiz Pinchetti
Ciudad de México, México (23 octubre 2011).- 00:00 AM
Evoco a Miguel Ángel Granados: mil novecientos setenta y tantos... caminamos por Reforma después de haber comido en el Tampico Club. Es un joven mestizo recién barbudo, subdirector editorial de Excélsior . Habla con leve y agudo acento pachuqueño. De cuerpo pequeño y pesado. Se detiene, hace un gesto característico, se ajusta los lentes y sonríe. Imagen finamente captada en la primera plana de Reforma del día siguiente de su muerte. Lo recuerdo, el último día que platicamos. Escucha sin pestañear mi diatriba contra la alianza PRD-PAN que él apoyó. Otra vez sonríe y se ajusta los lentes.

Es uno de los personajes más complejos, interesantes y representativos de mi generación. Y seguro el personaje público que mayor homenaje ha recibido en las últimas cinco décadas. Cuando se supo que estaba enfermo recibió una oleada de tributos, entre otros la medalla Belisario Domínguez que le entregó el Senado en presencia de Felipe Calderón, quien tuvo que soportarle un discurso levemente impertinente. Y ahora en su duelo un aluvión de elogios y conmemoraciones. Todo ello como expresión de un reconocimiento colectivo al ejercicio de una vocación crítica a la vez contundente y flexible.

Era un político agudo, sin éxito en la práctica de la política, una gran vocación no frustrada sino reconvertida en el análisis crítico y cotidiano del poder en México: una realidad cada vez más descompuesta y obscura. También era un excelente abogado potencial que robustecía sus opiniones con la sabiduría jurídica. Como es frecuente en los mejores analistas, era muy malo para los pronósticos. Su gran poder estaba en la capacidad para asociar de modo oportuno los acontecimientos concretos con sus antecedentes. Tenía un archivo cibernético de miles de megabits en el cráneo. Podía acudir a los registros más remotos sin fallar para pulverizar el pedestal de un prócer prepotente. Pegaba duro pero no desgarraba. Criticaba a fondo pero matizaba. Guardaba una distancia perfecta con los poderosos. No traicionaba sus convicciones pero se mantenía ferozmente independiente.

Fue un hombre que se construyó a sí mismo. Educado en la pobreza acumuló fortuna en el amor y ejemplo de su madre. De ese origen su sentido de responsabilidad que llevó a la exageración para el desconcierto, envidia y admiración de sus coetáneos. Era un hombre áspero y a veces hostil que reforzaba continuamente sus defensas. Sabía odiar y le costaba trabajo perdonar. Como suele suceder con esos caracteres, en su interno fluía una enorme ternura.

Al pensar en él pienso en su temple. Es decir en su capacidad de resistir. En un punto de dureza o de elasticidad propia del metal o el cristal. Traducida en términos humanos en un arrojo que mide las consecuencias, en una energía que se impulsa a sí misma, con una voluntad dominada por la lucidez. Cada vez me parece más cercano al paradigma descrito por George Bernard Shaw y que yo transcribí para celebrar su lucha contra la enfermedad y contra la muerte: "deseo estar exhausto en el momento de mi muerte. Cuanto más duro trabajo más vivo. Disfruto de la vida por sí misma. No creo que la vida sea una vela de poca duración sino una antorcha que debo mantener en alto para que arda lo más resplandeciente posible antes de transmitírsela a las futuras generaciones".

El autor fue consejero ciudadano del IFE, 1994-1996.