José Agustín Ortiz Pinchetti
El diputado Gerardo Fernández Noroña (PT) les preguntó a los panistas desde la tribuna de la Cámara de Diputados por qué siguen tan enojados contra nosotros, cuando fueron ellos quienes hicieron el fraude en 2006 y nosotros que lo sufrimos ya dejamos de estarlo. La mayoría de los directivos panistas sienten un odio cainita contra AMLO y sus seguidores, a pesar de que hemos dado vía pacífica al descontento y que no hemos roto un vidrio ni lastimado a nadie. Los viejos panistas se enfurecen con la sola mención del tabasqueño. Los pocos amigos panistas que nos quedan son vigilados severamente por el Cisen para que no entren en contacto con nosotros. La rabia panista no es justificable, pero es explicable, porque tanto el partido de Gómez Morin como el gobierno de Calderón se están hundiendo. Quien se enoja pierde y quien pierde se enoja. Pero hay que calar más hondo.
Hace unas semanas escribí que la confusión y el fracaso de Calderón podían explicarse porque ha violentado los principios en los que fue educado. Si aplicamos esta hipótesis a los jerarcas panistas podemos convenir que han roto con la misión histórica que se atribuyeron a sí mismos: introducir la ética en la política y luchar por una democracia sin adjetivos. Han solapado la corrupción, garantizado la impunidad, practicado el fraude y la represión. Son instrumentos de los grupos de interés, cómplices del sindicalismo priísta y usan la televisión contra sus adversarios tal como el PRI la usó contra ellos.
Si volvemos sobre los descubrimientos de la Fundación Arbinger en materia de autotraición no es difícil concluir que cuando un hombre o un grupo se autotraiciona violenta su estructura interna y los efectos son terribles. Empieza por culpar a los demás y sentirse víctima, después va padeciendo una descomposición general del comportamiento. Se multiplican los errores, se disuelve el proyecto y el grupo o el partido se vuelve cada vez más ineficaz y simulador. Esto es aplicable a las familias, a los negocios y por supuesto a las organizaciones políticas. Concretamente al viejo Partido Acción Nacional.
Lean por favor los documentos y discursos y revistas del PAN desde la época de su fundación hasta 1989 en que se entregaron a Carlos Salinas. Se darán cuenta de que todas las perversas desviaciones que denunciaban en el PRI las practican ahora, al punto que parecen convertir a su partido, alguna vez respetable, en una grotesca imitación del partido oficial. No es difícil que culpabilicen y odien a los únicos opositores a los que no pueden comprar ni amedrentar y que ellos mismos como organización política y como proyecto se derrumben.
Hace unas semanas escribí que la confusión y el fracaso de Calderón podían explicarse porque ha violentado los principios en los que fue educado. Si aplicamos esta hipótesis a los jerarcas panistas podemos convenir que han roto con la misión histórica que se atribuyeron a sí mismos: introducir la ética en la política y luchar por una democracia sin adjetivos. Han solapado la corrupción, garantizado la impunidad, practicado el fraude y la represión. Son instrumentos de los grupos de interés, cómplices del sindicalismo priísta y usan la televisión contra sus adversarios tal como el PRI la usó contra ellos.
Si volvemos sobre los descubrimientos de la Fundación Arbinger en materia de autotraición no es difícil concluir que cuando un hombre o un grupo se autotraiciona violenta su estructura interna y los efectos son terribles. Empieza por culpar a los demás y sentirse víctima, después va padeciendo una descomposición general del comportamiento. Se multiplican los errores, se disuelve el proyecto y el grupo o el partido se vuelve cada vez más ineficaz y simulador. Esto es aplicable a las familias, a los negocios y por supuesto a las organizaciones políticas. Concretamente al viejo Partido Acción Nacional.
Lean por favor los documentos y discursos y revistas del PAN desde la época de su fundación hasta 1989 en que se entregaron a Carlos Salinas. Se darán cuenta de que todas las perversas desviaciones que denunciaban en el PRI las practican ahora, al punto que parecen convertir a su partido, alguna vez respetable, en una grotesca imitación del partido oficial. No es difícil que culpabilicen y odien a los únicos opositores a los que no pueden comprar ni amedrentar y que ellos mismos como organización política y como proyecto se derrumben.
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