domingo, 22 de noviembre de 2009

Felipillo y sus aires de revolucionario


Carlos Monsiváis. Lo que quiso decir mientras hablaba

La confusión era general, la torre de Babel de las frases que se volvían bumeranes. El fenómeno llevaba tiempo de existir. Antediluviano, pero agudizado en los últimos días. Y una tarde, en una discusión en la Cámara de Diputados, ocurrió lo irremisible: cada una de las partes contendientes le pidió a sus rivales la explicación de lo que decían porque no entendían ni una palabra. El presidente de la cámara aseguró que él tampoco entendía ni madre (eso sí se entendió aunque no se supo a qué se refería), aunque ya estaba acostumbrado a no agarrar la onda porque en ningún sitio dormía tan plácidamente como en ese sillón. Poco tiempo después quedó al descubierto la verdad: de tanto desconfiar de los críticos, de tanto darle crédito a sus improvisaciones, nadie descifraba las voces ajenas. El laberinto de Babel. El conflicto se agudizó cuando vino un debate primordial (la asignación de recursos), que exigía saber lo que alguien, quien fuera, decía. Inútil. Todos contestaban con furia a lo que nadie había dicho. Y lo que pasaba en la cámara se trasladó a otros espacios notables. Ningún político de los reconocidos se expresaba de modo inteligible, y la palabra inteligible provocaba estupor: “¿Es un albur?”.

De nada sirvió un listado de vocablos útiles y frecuentes. Luego de juntar dificultosamente 100 palabras, se vio que eran muchos los que no entendían la mitad. El asunto se complicaba con los políticos de gran relieve (no es alusión corporal). De emergencia se crearon oficinas de “Lo que quiso decir el funcionario”, para responder a las críticas por expresiones inconvenientes o muy torpes. Se llegó al grado de mandar las explicaciones de lo que quiso decir antes de que el funcionario en cuestión hablara. Tampoco se entendían disculpas, y los encargados de redactarlas confesaron que ellos tampoco estaban al tanto de las intenciones del funcionario, el mismo que en confianza confesaba que a él, por demócrata, lo gobernaba el discurso. Se instalaron las oficinas de “Me citaron fuera de contexto”, que como las de “Lo que quiso decir el funcionario” se volvieron redes burocráticas. El mensaje político, el que hubiera, no llegó a lado alguno. De nada sirvió que los poderosos acudieran a los juegos infantiles: “Quefe tefe pafa safa”.

El conflicto de las frases envueltas en las brumas de los siglos llegó a la sociedad, esa secretaria adjunta del poder. Al principio afectó a los que veían noticiarios y trataban de agarrarle la onda a los políticos, los magistrados, los eclesiásticos, los empresarios. Esos se adhirieron muy pronto al criptoñol, un idioma que tuvo mucho éxito en la Edad Media, y que usaron los servicios de inteligencia en la Segunda Guerra Mundial. El criptoñol se trasladó al país entero. Los amigos ya no se entendían, hubo pleitos frecuentes porque al no captarse las preguntas se respondía con un “No” o un “Sí” fuera de lugar. El marido, tal vez con propósitos salaces, declaraba a su ferviente esposa: “Tan hemos cumplido con lo que la ciudadanía, es decir, a propósito de lo cual, los empresarios, por qué no, se opusieron, es decir, me apoyaron, es decir, boicotearon, lo que ni siquiera me propuse, somos la cuarta economía del planeta neta y la primera que allí sigue; en la medida de las fuerzas contingentes, te convoco, ¿faltaste a la conjunción debida, Patricia?”. Y la aludida, que creía que le expresaban las ganas de salir de vacaciones, decía simplemente “Sí”, y el balazo se producía de inmediato.

* * *

La influencia del lenguaje del poder resultó catastrófica: en los negocios se entregaba lo que el cliente no había pedido, en las reuniones de los partidos políticos todos creían que las investigaciones sobre corrupción iban en serio y aseguraban que si se habían beneficiado era por amor a México, los viajeros llegaban al aeropuerto y, de modo invariable, se encontraban rumbo a Timbuktú (donde ya hay una colonia mexicana llamada “Perdón, fui una loca, me ofusqué”), los médicos operaban de sarampión, las inauguraciones de edificios tardaban años porque los funcionarios no sabían que aún no estaban las construcciones, en las universidades el maestro explicaba anatomía a estudiantes de química. Como el criptoñol dominaba, nadie propuso la refundación del idioma y de la lógica. Si alguien lo propuso, nadie se enteró pues el misterio lo regía todo.

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Un grupo de ingeniosos, que acababan de regresar a México y todavía no los dominaba el criptoñol, imaginaron un negocio formidable que de inmediato se posicionó en el mercado. Estos audaces empresarios, que ya no usaban la palabra y chateaban para comunicarse en el mismo cuarto, hallaron la solución: un sistema de alta tecnología, con terminales en cada persona, que consistía en un display en el que, con servicio de traducción simultánea, el usuario daba a conocer lo que tal vez había querido decir, o no pero daba igual. No fue fácil ni barato. Cometieron errores graves, como lanzar propuestas indecorosas que querían ser demostraciones de amistad. Sin embargo, con el tiempo, y no sin algunas defunciones y pleitos a golpes, los displays cumplieron su función. Por fin la gente de la vida diaria se liberaba del criptoñol, aunque los poderosos, por vanidad o por el gusto a no confesar que no sabían lo que estaban diciendo, se negaron al display. ¡Qué se le va a hacer! Roma no se deshizo en un día.

Resueltas las vías de comunicación entre personas, sólo faltaba enterarse de lo que decía la clase gobernante. Se recomendaron fórmulas ancestrales, las señales de humo, o mímica de programas de concursos, o coros que transformasen en cánticos las declaraciones: “Ay, oyente, no te rajes”. Las señales de humo no se podían traducir y dos funcionarios murieron asfixiados, la mímica daba lugar a equívocos, y los coros cantaban lo que les daba la gana, lo que no hubiera estado mal si hubiesen coincidido con los discursos y declaraciones, pero nunca era el caso. La angustia crecía y la sociedad sufría, especialmente cuando las restricciones de la energía eléctrica suspendían el uso de los displays.

Esto sucedió hace unos años. No hubo manera de vencer al criptoñol y la República se transformó en una muchedumbre de signos y señales que evidenciaban el fin del uso de la palabra, que alguna vez sirvió para algo, aunque ya nadie está al tanto de para qué. Y yo, escribano humilde, admito que es la última vez que anoto signos sobre la página. Si soy descubierto, se me tratará sin piedad, y si se sabe que entiendo, más o menos, lo que digo, seré desterrado a la Isla de las Conjuras Verbales. Triste destino de las ganas de entender.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La Ojestapo

Fallido: Lorenzo Meyer

Esta nota apareció en Reforma hace 4 meses pero el contenido sigue vigente. Yo escuché la recomendación en Radio UNAM

Fallido
Lorenzo Meyer
18 Jun. 09

Lo que ha fallado no es sólo el Estado, sino el régimen y el proyecto mismo que da sentido a la comunidad nacional

Indicadores

Es obvio que han estado fallando de manera sistemática muchas cosas en México. De seguir por donde vamos, el resultado es tan predecible como inaceptable: una nueva pérdida de la oportunidad histórica, al estilo de lo ocurrido entre los 1810 y los 1870. Indicadores del mal camino que llevamos sobran.

La guerra contra el crimen organizado es hoy el centro de la agenda del gobierno pero cada vez más el conflicto se parece en su desarrollo al que hace 80 años tuvieron el gobierno y los cristeros: ninguno de los bandos pudo imponerse de manera contundente y al final todo quedó como al inicio sólo que con un montón de horrores y vidas segadas.

A partir de 1994, el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte aumentó notablemente las exportaciones mexicanas pero no hizo crecer mucho la economía en su conjunto y finalmente no pudo evitar la desindustrialización del país: hoy México es, en términos relativos, un país menos industrializado de lo que era hace 20 años. Y lo que es peor, en el último cuarto de siglo el crecimiento real del PIB es de los más bajos en América Latina y este año puede caer entre 6 y 8 por ciento. Desde fines de los 1970 el país dejó de reservar para sí su petróleo y volvió a ser proveedor para el exterior de un recurso natural estratégico y no renovable. Pero esa exportación sólo se ha traducido en gasto burocrático, en paliativos de los efectos de la pobreza y, sobre todo, en sustituto de una reforma fiscal auténtica. La renta petrolera no ha dejado inversiones significativas para el bienestar futuro del grueso de los mexicanos. La privatización y subrogación de los servicios del Estado han desembocado en monopolización o disminución de la calidad de esos servicios a la vez que la supuesta lógica del mercado -objetivo teórico del proceso- se ha visto distorsionada por los efectos de la corrupción.

La democracia electoral tiene apenas nueve años de funcionar, consume recursos fiscales excesivos y ya está sumida en una crisis de credibilidad. Existe un sistema de partidos pero sus componentes, hinchados de dinero público, naufragan en un mar de ilegitimidad proveniente de su ineficacia, alto costo y falta de representatividad. La importancia que ha adquirido en las últimas semanas una campaña a favor del voto en blanco, nulo o por candidatos sin registro es la medida de la desilusión ciudadana, en particular de los jóvenes, con los partidos y la clase política. Y la lista de indicadores del mal rumbo que lleva el país se puede alargar.

Nivel

¿En qué plano se encuentra la acumulación de elementos que componen lo fallido del México actual? ¿En el de la clase política, del gobierno, del régimen, del Estado o de plano del proyecto nacional mismo? En realidad, todo apunta a una bancarrota sistémica que, por tanto, abarca todos los niveles mencionados.

El proyecto nacional, es decir el conjunto de grandes ideas motrices que le dan sentido histórico a la comunidad nacional, a la acción cotidiana de ciudadanos, líderes e instituciones, simplemente no existe. Nadie lo ha reformulado de manera efectiva después del rápido fracaso del neoliberalismo salinista que, a su vez, no fue otra cosa que diluir y subordinar el proyecto mexicano al norteamericano. El dejar que, en una sociedad terriblemente desigual, las supuestas fuerzas impersonales del mercado global decidan quién, dónde, cuándo y cómo se distribuyan, se inviertan o se consuman los recursos económicos ha sido el equivalente a abandonar, en beneficio de unos cuantos, la aspiración histórica colectiva de un desarrollo justo y con autonomía.

Sin un proyecto propio y efectivo de largo plazo, el régimen político ha quedado un tanto a la deriva. Por régimen se entiende aquí el conjunto de valores e instituciones que regulan la lucha y el ejercicio del poder. Se supone que vivimos en un régimen presidencial y democrático. Sin embargo, un poder caciquil sindical como el de Elba Esther Gordillo y su Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación se hace cargo lo mismo de la Secretaría de Educación y de su política educativa, que del ISSSTE o de la Lotería Nacional. Justamente por transferencias de poder como ésta queda claro que son poderes fácticos y no la Presidencia quienes definen al régimen. Igualmente, al declarar Felipe Calderón en 2006 que "haiga sido como haiga sido" él ganó la contienda presidencial, se hace patente que no son ya los valores democráticos los que hacen latir el corazón del régimen. Y qué decir de las instituciones y la democracia si en una elección tan cerrada como la de 2006 el IFE se negó a recontar los votos a pesar de que las inconsistencias en las boletas electorales arrojaron un número mayor que la diferencia oficial de votos recibidos por Calderón y su rival, Andrés Manuel López Obrador. Desde luego que también entra en esta descomposición institucional el Tribunal Electoral, que por un lado reconoció la falta grave en materia de imparcialidad del presidente Vicente Fox en 2006, pero acto seguido se declaró incapaz de encontrar remedio a una falla que reconoció mayúscula.

La situación está igualmente malograda por lo que se refiere al Estado mismo, es decir, al conjunto de instituciones que dentro de un territorio delimitado organizan la dominación, en nombre del interés general, y con el respaldo que les da su control sobre los medios de la violencia. Por un lado, el Ejército -el centro del monopolio estatal de la supuesta "violencia legítima"- se encuentra una y otra vez en lucha abierta con policías locales como resultado del enorme poder de corrupción que ejerce el crimen organizado. Un resultado de ésa y otras contradicciones que impiden al Estado enfrentar con eficacia a los productores de la "renta criminal" es que un líder político del municipio más rico del país y miembro de la elite del poder de Nuevo León -Mauricio Fernández Garza, candidato panista a la alcaldía de San Pedro Garza García- admitió hace poco ante un grupo de sus pares que la clave para mantener la tranquilidad en zonas como la que él pretende gobernar no está en la acción de las instituciones del Estado, sino en llegar a un acuerdo con los grupos criminales que, de tiempo atrás, ya viven en medio de las clases poderosas y también demandan zonas de tranquilidad para sus familias: los narcotraficantes (El Universal con datos de Reporte Índigo, 12 de junio).

En un largo reportaje aparecido en Le Monde diplomatique, México (junio), David González y Jean-François Boyer documentan la imposibilidad del Estado de garantizar la seguridad de los periodistas de Tamaulipas, los cuales simplemente no pueden publicar nada que disguste a los dirigentes del cártel del Golfo, al punto que la prensa local ha eliminado de su vocabulario términos como "cártel del Golfo", "Zetas" o "crimen organizado" para no irritar a los aludidos. La ley que impera en ese estado ya no es la del Estado Mexicano ni la del "Estado Libre y Soberano de Tamaulipas", sino aquella impuesta por los narcotraficantes que, entre el 2000 y el 2009 han asesinado entre nueve y 11 comunicadores, dependiendo de la fuente consultada. Como sea, actualmente el crimen organizado es tan organizado en Tamaulipas que ya cuenta con un representante dentro de casi todos los periódicos locales y ese personaje es consultado por el editor al momento de decidir si una noticia se debe o no publicar. En temas de narcotráfico, la censura sobre la prensa tamaulipeca es hoy tan o más efectiva que esa que ejercía Gobernación o los gobernadores en materia política en la época del supuesto "antiguo régimen", el autoritario priista. Como bien lo señalara en Nuevo León Mauricio Fernández, si se quiere vivir en paz en Tamaulipas, el ciudadano no debe obedecer tanto a la autoridad formal sino a esa que cada vez gana más espacios: a "La Compañía", que es como los narcos exigen que se les llame en ese estado.

Desánimo

La mediocridad material y espiritual que hoy caracteriza a nuestro país es lo que le da el tono de marcado desánimo a la época.

La cortedad de miras y corrupción de la clase política, la mediocridad de la elite del poder nos hicieron perder la oportunidad de renovación que se abrió con el cambio político del 2000, y eso condujo al desánimo de hoy. Ningún dedo de Dios escribió nuestro destino. Estamos obligados a demostrarnos que no nos merecemos el sistema de autoridad que tenemos, a repensar de manera radical nuestro modelo de desarrollo y hacer de nuestro siguiente encuentro fundamental con las urnas, que ya no puede ser el de ahora sino el del 2012, la nueva gran oportunidad de cambiar de dirigentes y rumbo. De lo contrario el fracaso se convertirá en crónico.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Por qué nos odian los panistas

El Despertar

José Agustín Ortiz Pinchetti

El diputado Gerardo Fernández Noroña (PT) les preguntó a los panistas desde la tribuna de la Cámara de Diputados por qué siguen tan enojados contra nosotros, cuando fueron ellos quienes hicieron el fraude en 2006 y nosotros que lo sufrimos ya dejamos de estarlo. La mayoría de los directivos panistas sienten un odio cainita contra AMLO y sus seguidores, a pesar de que hemos dado vía pacífica al descontento y que no hemos roto un vidrio ni lastimado a nadie. Los viejos panistas se enfurecen con la sola mención del tabasqueño. Los pocos amigos panistas que nos quedan son vigilados severamente por el Cisen para que no entren en contacto con nosotros. La rabia panista no es justificable, pero es explicable, porque tanto el partido de Gómez Morin como el gobierno de Calderón se están hundiendo. Quien se enoja pierde y quien pierde se enoja. Pero hay que calar más hondo.

Hace unas semanas escribí que la confusión y el fracaso de Calderón podían explicarse porque ha violentado los principios en los que fue educado. Si aplicamos esta hipótesis a los jerarcas panistas podemos convenir que han roto con la misión histórica que se atribuyeron a sí mismos: introducir la ética en la política y luchar por una democracia sin adjetivos. Han solapado la corrupción, garantizado la impunidad, practicado el fraude y la represión. Son instrumentos de los grupos de interés, cómplices del sindicalismo priísta y usan la televisión contra sus adversarios tal como el PRI la usó contra ellos.

Si volvemos sobre los descubrimientos de la Fundación Arbinger en materia de autotraición no es difícil concluir que cuando un hombre o un grupo se autotraiciona violenta su estructura interna y los efectos son terribles. Empieza por culpar a los demás y sentirse víctima, después va padeciendo una descomposición general del comportamiento. Se multiplican los errores, se disuelve el proyecto y el grupo o el partido se vuelve cada vez más ineficaz y simulador. Esto es aplicable a las familias, a los negocios y por supuesto a las organizaciones políticas. Concretamente al viejo Partido Acción Nacional.

Lean por favor los documentos y discursos y revistas del PAN desde la época de su fundación hasta 1989 en que se entregaron a Carlos Salinas. Se darán cuenta de que todas las perversas desviaciones que denunciaban en el PRI las practican ahora, al punto que parecen convertir a su partido, alguna vez respetable, en una grotesca imitación del partido oficial. No es difícil que culpabilicen y odien a los únicos opositores a los que no pueden comprar ni amedrentar y que ellos mismos como organización política y como proyecto se derrumben.

El desprecio del panismo por la educación pública

Carlos Monsiváis

El regaño dietético de la senadora


“¿Qué mano fue? ¡A ver, enséñenmela!”. La antigua estrategia del golpe con intención didáctica revive en voz de la senadora del PAN María Teresa Ortuño, que le contesta al director del IPN, Enrique Villa Rivera, representante de casi un centenar de instituciones tecnológicas en demanda de recursos para la educación superior. A Ortuño nadie la podrá acusar de condescendiente: “Es hora de que todos nos apretemos el cinturón y, por favor, no me vengan con esa demagogia de que nadie puede apretárselo, porque aunque la educación, el desarrollo social y la salud son temas prioritarios, perdónenme, dondequiera hay grasita y se puede cortar grasita sin llegar al músculo ni al hueso… no se vale echarle la pelota a Calderón… No, no, no. No me vengan a ¿cómo dice?: donde lloran ahí está el muerto. No, no; el dinero hace falta, pero no sirve de nada si no hay pasión, si no hay compromiso, si no hay decisión, si no hay vocación, si se pretende medrar y se busca que siempre se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre” (11 de noviembre de 2009). El habla automática de la senadora (“Digo lo que se me ocurre y alguna vez diré lo que pienso”) se da a nombre de su partido, y tan es así que en esa misma sesión el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, la felicita: “Gente como Teresa Ortuño prestigia la política, le agradezco su inteligencia, entusiasmo y pasión”.

El regaño tiene que ver con la antipatía profesada por la derecha a las universidades públicas, vigorizada desde el acomodo de Fox en Los Pinos (no acuso a Fox de antiintelectual, él es más bien un espíritu libre de todo conocimiento). La lucidez conceptual de Ortuño va más allá: habla como capataz de hacienda o se expresa como adiestradora de metáforas cazadas al vuelo. Formidable descripción del recorte presupuestal: “apretarse el cinturón/ dondequiera hay grasita/ se puede cortar la grasita sin llegar al músculo ni al hueso”. La metáfora se estaciona de inmediato porque su elevación depende de lo que Ortuño no entrega: el significado de apretarse el cinturón, la localización de “la grasita”. ¿En dónde se encuentra lo prescindible? ¿En los salarios de los profesores, en las prerrogativas de los trabajadores, en el número elevado de estudiantes, en la investigación científica, en las tareas editoriales, en los Pumas? ¿En la crítica que es una de las razones de ser de las universidades públicas? Nos gustaría que una dietista tan consumada pasase de la metáfora a la explicación rigurosa, lo que evitaría “la grasita” en sus declaraciones.

Cambio de referencias sin cambiar de tema. Mayela Sánchez entrega datos del apretonazo del cinturón gubernamental: el gobierno federal gastó 5 mil 473 millones 476 mil 490 pesos en comunicación social y publicidad en 2008, lo que equivale a 1.4 veces el presupuesto que recibió la Universidad Autónoma Metropolitana el mismo año. El 52.3% de ese monto fue erogado por las secretarías de Turismo y de Hacienda y Crédito Público (SHCP). La Sectur gastó en publicidad mil 464 millones 248 mil 30 pesos, mientras que la entidad responsable de las finanzas públicas destinó a la promoción de sus programas mil 401 millones 302 mil 780 pesos. A esto podrían agregarse muchos otros esfuerzos dietéticos. Carlos Fernández Vega informa de otra “reducción alimentaria” un tanto heterodoxa: en el tercer trimestre de 2009 (julio-septiembre, de acuerdo con el más reciente informe de la SHCP), esos abnegados cuan eficientes funcionarios se comieron 56 mil 500 millones de pesos en prestaciones (sueldos y salarios aparte). Es decir, en este periodo los burócratas de primer nivel se engulleron casi 628 millones de pesos cada 24 horas, casi ocho veces más de lo que deberán pagar los mexicanos por el incremento fiscal (82 millones cotidianamente a lo largo de 2010).

Ejemplo insigne: los gastos en publicidad del presidente Calderón, convencido de que su vera efigie debe contemplarse el día entero en el territorio de uno de los gobiernos subalternos de la República, la televisión privada. Con el criterio de Ortuño se podría decir: hay que apretar el cinturón a los spots del Ejecutivo, que, además de extraordinariamente reiterativos, deben, como todo (lo dijo Ortuño), “tener su grasita”. Las frases de la dietista del PAN no se dirigen principalmente a promover la esbeltez de la educación superior sino a subrayar el desprecio de su partido, uno más, a la educación pública.

¿Cuál es “la grasita conceptual” que irrita a la derecha? Sin duda, la consistente en la crítica. El rector José Narro Robles se ha referido enfáticamente a la refundación de la República, y esto desafía a los que obsesivamente dicen vivir en el “mejor de los países posibles”. Calderón se echó a sí mismo la pelota (el método del símil ortuñano es contagioso) y declaró, con énfasis un tanto inconvincente, que habían terminado la crisis y la recesión y, no lo dijo pero sí que estaba implícito, que el empleo volvía a colmar las arcas vacías de las familias, y el optimismo era un derecho concedido a los que apoyaban su política. A tal hacedor de milagros y a su grupo de discípulos que caminan sobre aguas declarativas sin hundirse, les resultará por lo menos fastidiosa la existencia de la educación superior pública que estimula la crítica, para ellos pura blasfemia, que confronta las palabras gubernamentales con la realidad. Inevitable recordar que Miguel de la Madrid se negó a aceptar la existencia de la sociedad civil porque ésta formaba parte del Estado, y por tanto no tenía por qué actuar en labores de rescate y reorganización urbana. Y el inefable Ernesto Zedillo: no se puede hablar de la transición a la democracia porque ya vivimos en la democracia.

No es mero juego de palabras. El PAN a través de la nutrióloga Ortuño da a conocer su programa educativo: todo el dinero inimaginable para la seguridad, para los salarios aéreos de la burocracia, para enfatizar, a través de los ingresos, la división del país en mexicanos de primera y mexicanos de quinta, para la comunicación social (el hechizo del funcionario, seguro de que la promoción onerosa y carísima de los elogios a su persona desemboca en textos de sinceridad desenfrenada), para los proyectos electorales de cacería de votos (Oportunidades es, en el mejor de los casos, un placebo en el que sólo cree la administración, si es que algo de lo asignado se salva de la merma de los repartidores).

¿En qué le aflige al PAN la inversión en ciencia, desarrollo tecnológico y carreras universitarias en general? En la existencia de territorios laicos, en la enseñanza libre, en la idea de una sociedad enorme fuera de la sociedad en la que ellos están inscritos. No hablo todavía de lucha de clases, pero sí de zonas de pertenencia. La derecha, convencida de que su larga ausencia del poder directo se debió a las maniobras de los subversivos, se entrega al sueño de la exclusión. Nadie entrará a este lugar,/ sin que afirme con la vida,/ que la pobreza afligida/ es un pecado mortal.

Escritor